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Recuerdo una entrevista que le hicieron a un astrónomo en la radio. Le preguntaron qué tenía de especial el cielo de Madrid para disfrutar de la astronomía. Su respuesta fue tajante: Nada.

No puedo estar más en desacuerdo con mi colega. La riqueza del cielo de Madrid es sensacional. La posibilidad de jugar con la contaminación lumínica de Madrid y utilizarla como filtro es una ventaja porque nos ayuda a conocer el cielo poco a poco.

Vamos a verlo juntos. Le invito a que me acompañe en este paseo por algunos de los puntos de la Comunidad de Madrid.

Empecemos por el centro de la gran ciudad y paseemos por sus calles más importantes: Gran Vía, Serrano, Alcalá, Arenal, Paseo de la Castellana… La luz de farolas y edificios eclipsa la mayoría de las estrellas. Sólo dejan ver unos pocos puntos en el cielo: Venus, como el gran lucero celeste; Saturno, el Señor de los Anillos del Sistema Solar; Júpiter, el gigante gaseoso que casi se convirtió en un Sol; Marte, conocido como El Señor de la Guerra por su color rojizo; y estrellas como Vega, Arcturus o Sirius. Gracias al tamiz de la luz madrileña, sólo vemos los cuerpos más brillantes del cielo. Es un punto de partida formidable para iniciar nuestro estudio del cielo y aprender a identificarlos.

Sigamos con nuestro paseo y retirémonos a zonas menos iluminadas, como el Retiro, el Jardín de las Vistillas o el Parque Juan Carlos I. Alejándonos de la iluminación directa de las farolas, reduciremos el filtro lumínico que extiende Madrid sobre nuestras cabezas. Al levantar la cabeza seguiremos viendo los planetas y las estrellas que ya conocemos. Pero ahora estarán acompañadas por nuevas estrellas. Contemplaremos entonces un cielo que nos ayudará a reconocer las constelaciones, porque sólo nos mostrará sus estrellas más representativas. Al mirar al Norte vemos las siete estrellas que recoge la bandera nuestra comunidad. Forman un gran cazo que parece estar apoyado sobre la Sierra de Madrid. Es la Osa Mayor. A su derecha está la W de Cassiopea y, más allá, en el cielo invernal, la Y de Perseo, la V de Tauro, las seis estrellas de las Pléyades (son siete, pero aún no podemos verlas todas) o las tres estrellas alineadas del cinturón de Orión.

En verano el cielo se renueva. Sólo las constelaciones más cercanas a la estrella polar, a las que llamamos circumpolares, siguen siendo visibles. El resto del firmamento cambia. Sobre nuestras cabezas, tres estrellas brillantes dibujan el Triángulo del verano; la constelación del Cisne vuela hacia el centro de la galaxia, donde vemos una gran Tetera; y en el Sur, el gran Escorpión muestra su corazón rojo y brillante, una estrella que bien podría rivalizar con el mismísimo Dios griego de la Guerra.

Continuemos nuestro paseo y alejémonos de la gran ciudad, ahora que sabemos identificar las constelaciones. Vayamos a Arroyomolinos, Torrelodones, o Alcalá de Henares y quitemos una capa más a nuestro filtro de luz. Será el momento ideal de coger nuestros prismáticos y darnos un paseo por el firmamento y deleitaremos con algunas maravillas del especio profundo, como el Cúmulo Doble de Perseo, el Cúmulo de Hércules, o el grupo de estrellas NGC 457 que parecen dibujar a ET saludándonos desde «Su Casa». Con los prismáticos también podremos ver el color de las estrellas, las lunas de Júpiter, los cráteres de la Luna o la nebulosa de Orión. Y, por supuesto, la séptima estrella de las Pléyades.

El último tramo de nuestro paseo nos llevará hasta el espacio profundo. Para ello, nos alejamos de la ciudad y su cono de luz, y nos refugiaremos en algún pueblo de la Sierra de Madrid, como Santa María de la Alameda o Buitrago del Lozoya. Por allí, el cielo es espectacular. Hay tantas estrellas que incluso, las noches sin luna, se puede caminar por el campo guiados por su luz. Son zonas excepcionales para montar un telescopio y bucear por las nebulosas, estrellas dobles o cúmulos cerrados. Desde aquí, la riqueza de matices del Cúmulo de Hércules es impresionante. Hay estrellas de todos los colores y tamaños. Y, si apuntamos nuestro telescopio a las Pléyades, descubriremos que no hay siete estrellas, sino cientos, todas coloreando de azul el gas que las rodea. Y, si nos dirigimos a la nebulosa de Orión, la veremos en todo su esplendor, identificando incluso las pequeñas estrellas que se están formando en esa gran incubadora estelar.

Como ves, no puedo estar de acuerdo con mi colega astrónomo. Claro que el cielo urbano de la ciudad de Madrid no es apto para observar la nebulosa de Los Velos, del mismo modo que el cielo del Monte Abantos no es el idóneo para aprender a identificar las constelaciones.

Pero cuando me preguntan qué tiene de especial el cielo de Madrid, mi respuesta es tajante: su versatilidad.

Autor

Carlos Anaya

Carlos Anaya es un entusiasta de la comunicación. Trabaja como Director General en Seven SI, una consultora especializada en contenidos editoriales, colabora con Curro Castillo en el programa Hoy en Madrid Fin de Semana de Onda Madrid y ayuda a nuevos autores a publicar y promocionar su obra. Su afición por la astronomía le ha llevado a crear AstroFácil, desde donde desmitifica la astronomía y explica el universo de forma clara y sencilla. Su curiosidad le anima a conocer nuevos campos y a no parar de leer y estudiar. Y su mente emprendedora le empuja a poner en marcha un sinfín de proyectos. Tiene dos pasiones: su familia y sus amigos. No desaprovecha una ocasión para compartir buenos momentos con ellos. Y, si es alrededor de un telescopio, mejor aún.

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