Instituto de Bachillerato Santa Teresa de Jesús

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En la calle de Torija se encuentra el edificio antiguo del Instituto de Bachillerato Santa Teresa de Jesús. En este edificio tuvo su sede el Consejo Supremo y Tribunal de la Inquisición, desde la década de 1780 hasta su extinción en 1820. La parte nueva del Instituto se encuentra en la calle Fomento.

El Instituto lleva el nombre de Santa Teresa de Jesús. Teresa de Cepeda y Ahumada nació en Ávila en 1515, de una noble familia castellana. A los 19 años profesó en el convento de Carmelitas de la Encarnación de Ávila. Hacia los 40 años inicia una asombrosa actividad: a partir de esta época escribió toda su obra y creó 32 conventos de carmelitas descalzos, volviendo a la Orden a su primitiva sencillez y austeridad, lo que le acarreó disgustos y persecuciones (fue denunciada varias veces a la Inquisición), pero sus esfuerzos alcanzaron un gran éxito. Mientras realizaba uno de sus innumerables viajes, en 1582, le sorprendió la muerte en Alba de Tormes (Salamanca).

En Santa Teresa observamos una de las características más típicas del misticismo español: la necesidad de la acción, de las obras para conseguir la salvación del alma. En efecto, el rasgo esencial de su doctrina se basa en la actividad práctica unida al recogimiento contemplativo. Recordemos algunas de las frases que encontramos en sus escritos: Marta y María han de andar juntas, entre los pucheros anda el Señor, Para esto es la oración, desto sirve este matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras. Esta actitud le valió las críticas de ciertas autoridades religiosas de su época; un dignatario eclesiásticola califica de inquieta y andariega y un dominico decía que no era mujer sino varón y de los más barbados.

Su estilo es sencillo para hacerse comprender mejor por el pueblo, en realidad su expresión es la del habla familiar de Castilla la Vieja en su época. Escribía con gran rapidez y no corregía nunca sus escritos. Ramón Menéndez Pidal dice: Santa Teresa no redacta, habla por escrito. Y Fray Luis de León (quien publicó sus obras) percibía en ella una elegancia desafeitada que deleita en extremo.

El Libro de su vida es su obra inicial —escrita entre 1561 y 1565—; algunos críticos los consideran como el de mayor importancia de su obra; en él cuenta la historia de su evolución espiritual, desde su juventud. El Libro de las Relaciones es un complemento del anterior. En el Libro de las Fundaciones nos relata su vida externa, las peripecias que le ocurrieron en la fundación de los diversos conventos. Estos libros junto a sus Cartas (de las que se conservan más de 400 y que tienen una gran importancia para el conocimiento de su carácter) están llenos de sencillez y de elegancia, de pureza y de gracia, de buen sentido práctico, de atinada reflexión de sus consejos morales y nos muestra su lucha activa por lo que, para ella, representa la vida. No representan su obra religiosa más característica, pero tal vez tengan mayor mérito literario y más lozanía que el resto de sus obras. En el Castillo interior o Libro de las Moradas, publicado por Fray Luis de León, en 1588, como el Libro de su vida), que algunos consideran su obra capital, imagina el alma como un castillo dividido en siete moradas, que representan los siete grados de oración a través de los cuales se llega hasta la perfección; la séptima morada es la habitación de Dios, en la que el alma piadosa se une con Él. Los Conceptos del amor de Dios son un complemento de Las Moradas y contienen comentarios del Cantar de los Cantares. El Camino de Perfección es un tratado ascético en el que Santa Teresa da consejos a sus monjas par conseguir la perfección del alma en la vida monástica; tiene una gran orientación activista junto a la exaltación de la pobreza, del amor al prójimo, de la humildad, de la oración y de la contemplación espiritual.

Santa Teresa escribió también algunas poesías y sólo unas siete de las que se le han atribuido pueden considerarse como auténticas (el famoso soneto A Cristo CrucificadoNo me mueve, mi Dios para quererte— que algunos le atribuyen, otros lo hacen a San Francisco Javier e, incluso, a San Juan de la Cruz). Son, generalmente, estribillos o villancicos populares y el metro que suele utilizar es el octosílabo.

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