al que acudían las clases altas y bajas a pasear. Los aristócratas lo hacían en sus carrozas que les daban la intimidad y anonimato que su rango requería. A pesar de su falta de urbanización el Prado Viejo se convirtió en el paseo por excelencia de Madrid.
Carlos III encargó a José de Hermosilla las obras de acondicionamiento de esta zona. Se cubrió el arroyo