Panorámicas Patones de Patones de Arriba
Bonitas panorámicas de Patones y su entorno natural.
Ya en el año 1781 Don Antonio Ponz, en su monumental obra Viage de España, en el que se da noticia de las cosas apreciables y dignas de saberse que hay en ellas (tomo X) (Madrid, 1781) y sobre el reino de Patones cuenta:
Como a mitad de camino entre Torrelaguna y Uceda se ve a mano izquierda una gran abertura en la cordillera, que cierra un pequeño valle, llamado Lugar de Patones sobre el cual sería delito no contar una célebre antigualla, que es la siguiente: En aquella desgraciada edad en que los sarracenos se hicieron dueños de España, ya se sabe que muchos de sus moradores huyeron a las montañas y a los parajes más escondidos y retirados. Algunos buenos cristianos de la tierra llana decidieron, pues, introducirse por la expresada abertura, buscando en lo interior de la sierra cuevas donde esconderse, y fue de tal suerte, que no cuidando los enemigos de territorio tan áspero y quebrado, pudieron aquellos godos fugitivos vivir en él todo el tiempo del poderío musulmán, manteniendo sus costumbres, creencias y sustentándose de la caza, pesca, colmenas, ganado cabrío y del cultivo de algunos centenos, como lo hacen también ahora.
Estos hombres, que se llamaron los Patones, eligieron entre ellos a la persona de más probidad para que les gobernase y decidiese sus disputas, de cuya familia era el sucesor, y así se fueron manteniendo de siglo en siglo con un gobierno hereditario, llamando a su cabeza Rey de los Patones. No es esto lo más gracioso, sino que después de haber recobrado España su primitiva libertad, y sacudido totalmente el yugo de los sarracenos, se ha conservado entre los Patones este género de Gobierno (bien que subordinado a los Reyes de España y a su Consejo) hasta nuestro días, en que el último rey de Patones solía ir a vender algunas carguillas de leña a Torrelaguna, en donde le han conocido varios sujetos, que le trataron y me han hablado de él.
Este hombre, que era pacífico y enemigo de chismes, se dejó de cuentos, y comprbando que sus súbditos se situaban ya en el boquete, a vistas a la llanura, hubo de barruntar alguna inundación de las fórmulas legales de su reino (donde los juicios eran verbales, sin autos, pedimentos, ni traslados), o acaso la ocupación del Gobierno le impidese atander debidamente a su propia subsistencia, por lo que abandonó su trono; de modo que los Patones, viéndose sin pastor, se sujetaron espontáneamente a la jurisdiccón y al corregimiento de Uceda, de la cual hoy es aldea el Reino Patónico.
Al someterse, los independientes súbditos perdieron mil apreciables y antiguas prerrogativas, y no es poca cuando el Consejo Real de la España comunicaba órdenes y decretos a los capitanes generales, gobernadores y justicias, escribía separadamente para su observancia al que regía este antiquísmo pueblo, en esta forma: Al Rey de Patones. No hay que reírse que esto bien puede probarse en Madrid, a pocas diligencias que se hagan; y aun tengo entendido que Su Majestad, el señor don Fernando VI, quiso informarse de las circunstacias del reino de los Patones… ¡Cuantas reflexiones morales y políticas me viene a la imaginación! Un reino hereditario de mil años por lo menos, gobernados en profunda paz, sin otras reglas que la razón natural; un pueblo conservado en medio de España, en el cual no pudo hacer brecha el Corán, ni tanto errores como después fueron viniendo; un reino contento con la angostura de sus límites, sin dar entrada a otras costumbre, ni trajes, ni más idea que la de cultivar bien su estrecho territorio, ni más ciudado que los de us comenas y su ganado; los hijos de las familias sujetos a los padres, y todos ellos obedientes a su rey..
Queden, por lo tanto, los lectores instruidos de esta singular Monarquía Platónica, de su principio, duración y fin; y aunque alguien diga (que bien se dirá) ¿cómo es posible que existiese eso a doce leguas de Madrid, sin saberlo yo, ni haber oído hablar a alma viviente? no me casusará maravilla, pues yo me hallaba en el mismo caso. Sabido es cuál suele ser nuestra curiosidad por indagar lo que sucede a dos o tres mil leguas de aquí, ignorando lo que hay en nuestra propia casa..