Paseo del Prado, de Cibeles a Neptuno
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El actual paseo del Prado sigue el trazado de la vaguada del Bajo Abroñigal o Valnegral también llamada arroyo de la Castellana, que nacía cerca de Chamartín, seguía en dirección sur y en Atocha giraba hacia el sudeste para desembocar en el Alto Abroñigal. En el siglo XVIII se cubrió el arroyo y se urbanizó la zona de los paseos del Prado y Recoletos.
El paseo del Prado, que se llamó en otros tiempos Prado Viejo debido a unos prados del común de la villa transformados des¬pués en huertas, fue un lugar campestre, lejos de la ciudad, donde acudían los madrileños a comer al aire libre o a tomar el fresco durante las tardes calurosas del verano junto al arro¬yo sombreado por imponentes arboledas.
Pedro de Medina, en 1543, y López de Hoyos, el maestro de Cervantes, al relatar la entrada de doña Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, hacen unas encantadoras descripciones de este lugar con sus arboledas y fuentes, al que acudían las clases altas y bajas a pasear. Los aristócratas lo hacían en sus carrozas que les daban la intimidad y anonimato que su rango requería. A pesar de su falta de urbanización el Prado Viejo se convirtió en el paseo por excelencia de Madrid.
Carlos III encargó a José de Hermosilla las obras de acondicionamiento de esta zona. Se cubrió el arroyo, se delimitó el paseo, en especial el sector comprendido entre Cibeles y Neptuno, y se decoró con edificios y fuentes neoclásicos, símbolos de la Ilustración; se fundó el Jardín Botánico, un edificio dedicado a las ciencias, un observatorio, etcétera. Carlos III, con la reforma del Prado, se convirtió en el alcalde por excelencia de Madrid.