Textos Literarios: El Salón del Prado

Textos literarios

EL SALÓN DEL PRADO (1832)


Figurémonos verle en una de las apacibles tardes de verano, cuando ya pasada la hora de la siesta, regado durante ella y refrescado, además, con las exhalaciones de los árboles y las fuentes, empieza a ser el punto de reunión general. Sea en aquel momento en que la multitud, abandonando las calles estrechas del lado de San Fermín y las de Atocha, las del Jardín Botánico y las del Paseo de Recoletos, viene a refluir en el gran Salón, centro de todo el Prado. Situémonos, para el efecto de la perspectiva, en la entrada de dicho Salón, por delante de la fuente de Neptuno; a la derecha tendremos la calle destinada a los coches que corren a lo largo de todo el paseo. Mirémosla henchida de carruajes de todas formas, de todos tiempos y de todos gustos, que desfilan en vuelta pausadamente, dejando en el medio espacio para los coches de la familia real, a cuyo paso todos paran y saludan con respeto.

Esta parte del paseo tiene un carácter de originalidad peculiar del país y de la época, y que revela la confusa mezcla de nuestras costumbres antiguas con las imitadas de los países extranjeros; v. gr. detrás de un elegante tílburi, que Londres o Bruselas produjeron, y que rige su mismo dueño desde un elevado asiento, conduciendo pacíficamente al lacayo, sentado una cuarta más abajo, viene arrastrando con dificultad un cajón semioval y verdinegro a quien el maestro Medina podría muy bien llamar carroza en el siglo XVI, y en el XIX llamamos simón, verdadero anacronismo ambulante.

Síguele en pos linda carretela abierta, charolada y refulgente, con sendas armaduras en los costados y letras doradas en el pescante; hermosas damas, elegantemente ataviadas a la francesa con sombreros y plumas, ocupan el centro; el cochero de gran librea, obliga con pena a los briosos caballos a seguir el paso del furgón que va delante, y dobles lacayos, con bellos uniformes, bandas y plumeros, coronan aquella brillante máquina.

Inmediatamente a ella sigue un coche cerrado, conducido por pacientes mulas que duermen al paso, permitiendo también gozar de las dulzuras de Morfeo al cochero, al lacayo y al señor mayor que va dentro; no lejos de él pasa el modesto cabriolé que la bondad marital de un médico dispensó aquella tarde a su esposa; ni falta tampoco almagrado y extraño coche de camino, con grandes faroles y ataviado a la calesera; ni berlina redonda con soberbios caballos andaluces, que comprometen la pública prosopopeya; por último, unos de grado y otros por fuerza, todos se sujetan al carril trazado desde la entrada del paseo por la fuente de Cibeles hasta la puerta de Atocha, y en el mismo, aunque por entre las filas de coches, lucen su gallardía los elegantes jinetes, quiénes solos, quiénes acompañados de damas, que ostentan su bizarría dominando un fogoso alazán.

Ramón de MESONERO ROMANOS (1803-1882),
Panorama matritense.

maestro Medina: Pedro de Medina era sevillano. En 1548 escribió para el príncipe Felipe una descripción histórica y geográfica de España.